Ella se llama Rosa y él se llama Miguel. Todo parece que resulta normal en esta pareja, pero nada es usual en su vida. Empezando porque no han rechazado ningún año el inconveniente de irse al monte los meses más tórridos del año para segar tomillo. Este trabajo, que fue una de las fuentes de ingresos más valiosos en el pasado siglo en el mundo rural más recóndito, ahora es una rareza que solo afrontan las cuadrillas de forzudos del Este de Europa.  Claro, estos sin el miramiento de aquellos. Estos saquean los tajos y aquellos calculan por donde segar y por donde no, preservando la floración para el año que viene.

Las tareas más duras del campo se hacen en silencio
Trabajo ancestral

Rosa y Miguel van camino de convertirse en una reliquia porque es muy extraño ver cómo su economía tiene uno de sus pilares en la recogida del tomillo. Pero ellos lo hacen con un consentimiento natural, casi infantil, si remilgos, sin gestos de fastidio. Yo los vi el otro día en medio de un sol insoporetable y lo único que se reflejó fue una sonrisa de diversión y la invitación a comer de lo que llevaban. No acierto ahora a comprender en qué momento nos olvidamos de lo esencial de nuestras vidas para meternos en jaulas de grillos.

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